
-Hijo, estoy muriendo.
-¿Lo decís desde esa perspectiva desde la cual todos nos estamos muriendo?
-No, hijo. Desde la otra…
gotas desbordantes para mares entusiastas; luminosidades insinuantes para estornudos de rienda suelta!
Yo estaba sentado en la computadora. Ella se acercó con un envase de leche tetrabrick en la mano. Lo miré y después la miré a ella. Me dijo, mirá, es un envase distinto a los de siempre. Y esperó a que yo contestara una pregunta que en rigor no me había hecho. Le dije, sí. Y me dijo, ¿ves esta tapita? Y esta vez sin esperarme siguió, se abre así, y se vuelve a cerrar así. No tenés que cortar nada. Prestá atención mañana cuando lo uses. No lo rompas como todo lo que tocás. Tejiendo una media sonrisa se retiró a sus aposentos. Yo prendí la radio. Recién empezaba Dolina.

Siguiendo con mi relectura de fragmentos subrayados, éste de "verdugo del amor" me parece muy claro y cierto. El libro está lleno de ideas valiosas. Disfrútenlo, y aguante la terapia.
Hugo es un hombre de ochenta años, que aparenta ochenta y cinco, y que podría, además, desnudarse y aparentar noventa, y aún así parecerse más a un bebe estando desnudo que vestido. Una vez su madre le dio un cachetazo. Y alguna vez su padre le enseñó matemáticas usando pequeñas semillas que caían de un árbol y andaban por todo el jardín de una casa que hoy todavía existe a mil kilómetros del lugar donde él está. 
Se me ha dado por ponerme a releer cosas que subrayé en los últimos libros que leí. No porque sí, sino porque me han marcado. Quiero exprimirlos para llevarme de ellos todo lo que pueda (he notado que estoy eligiendo con muy buena salud qué cosas quiero leer y me pone contento). En este caso, el fragmento es algo subrayado de El día que Nietzsche lloró, de Yalom, porque hace poco fui a ver la versión teatral y volví re-hechizado. Sin más preámbulos, lo anunciado: