
El encuentro ocurrió fortuitamente. Uno corría en una dirección, el otro en la contraria.
Ambos estaban angustiados. Ambos habían llorado. Ambos se habían sentido mejor después de llorar y de dormir mucho.
Se chocaron de frente, pero no con mucha fuerza. Los libros que traía uno de ellos cayeron al piso. El sentido común decía que el choque había ocurrido por la imprudencia de ambos, entonces nadie pidió perdón. El choque, de hecho, los despabiló. Uno ayudó al otro a levantar los libros.Y luego, estando los dos de pie, el mercenario dijo: No entiendo mi sangre. Y el traidor contestó: No entiendo mi letra.