El alivio que habrá sentido Cesar
en la mañana de Farsalia,
al pensar: Hoy es la batalla.
Tríada, J.L.Borges.

Cualquier mujer que se sienta hermosa, es la mujer más hermosa de la tierra. Ella va caminando por Buenos Aires, una mañana de martes o de miércoles, y está pensando en cual de esos dos bares va a desayunar. Finalmente sin dificultad elije ese que elije la mayoría de las veces; el de la esquina. Hay sol y es primavera. Se sienta en una de las mesas de la vereda. Solo una más de las mesas de afuera está ocupada. La verdad que es un poco temprano, piensa. Es que se despertó a las siete, y aunque tiene el día libre, no pudo volver a dormirse y odia aburrirse en la cama. Adora la primavera, y esa mañana particularmente se siente parte de la ella. De todas formas sospecha el porqué de su dificultad con el sueño. Y se enoja. Porque no quiere que sea eso. Pero aún así, saca el cuaderno ese que lleva siempre a todos lados y en una hoja a estrenar, escribe el nombre de su problema. No es un tipo, eh. Ojalá lo fuera, pensó recién mientras se esforzaba en ponerle un título a su nudo, a su conflicto. Lo escribió y se sintió más fuerte. Lo tremendo es no conocerle la cara al enemigo, dijo muy bajito. Se puso a leer. Tampoco debe querer que él se dé cuenta de que le camina tan cerca. Si el problema se asusta y se espanta, no lo atrapás más. Leyó unas diez o doce páginas a los tropezones, y ahora abandonó. Porque vieron lo molesto que es leer distraído; hay que releer párrafos enteros y eso resulta muy enojoso. Apoyó el libro en la mesa y la veo bufar. Se cansó, se pudrió, se hartó, se asqueó, se enfermó, se rebalsó, se indigestó, se colmó, se impacientó, se envenenó, se apuñaló, se recalentó, se aburrió, se perdió. Y ahora pide la cuenta, con una seña y sin sonrisa. Paga, deja la propina exacta, guarda su cuaderno, su libro, su problema horrible y malparido, cierra la mochila, agrega una moneda a la propina porque se siente culpable y débil, y se para. Se pone el mp3, y desde acá me parece ver un esbozo tambaleante de media sonrisa, ¿qué estará escuchando?, eso no puedo saberlo. Ahora apoya la mochila en la silla, la abre, saca el cuaderno y la birome que había guardado, abre en la hoja del problema, y escribe abajo, impacientarse es perderse la paciencia a si mismo. Está sonriendo, definitivamente. Guarda todo y mira alrededor, como confirmando que levantó el ancla y que tiene sus remos, y a los de las mesas de adentro ni nos ve. Empieza a caminar y sus pasos ya delatan que va a tardar mucho en llegar a cualquier lado. Chau, que tengas buen día.
*Título robado a un libro sobre meteorología aeronautica.