viernes, septiembre 26, 2008

Cuadernos australianos


Ya nada de lo que traje lo traje de gusto. Estoy estrenando este cuaderno, que viajaba vacío. Es el cuaderno ocho. Y el culo le abrocho.
El viaje vio morir al único par de ojotas que traje. La vuelta de mi caminata al faro en Byron Bay, tuvo como condimento las constantes interrupciones en mi marcha (cada veinte pasos), debidas a la necesidad impostergable de reacomodar el cabito que va en el hueco del cuerpo principal de la ojota. Creo que lo expliqué para el orto.

Resulta que es una enfermedad que aparenta tener cura, pero de eso mueren casi todas las ojotas en el mundo. De eso o de abandono; olvidos en apariencia no intencionales, en lugares cualquiera. La ojota que es olvidada en una playa, muere a los cuatro o cinco días, porque al no ser pisadas, se interrumpe el flujo de sangre a través de su cuerpito de goma ordinaria. Pero cómo, ¿y cuando en el invierno no las usas?, hibernan querido, hibernan.
A mí las ojotas me duran un verano y medio. Sería mucho más cómodo que me duraran dos veranos, o uno, porque siempre a mediados de enero, un par de ojotas me deja a gamba, a pie pelado.
Entonces, ni bien llegué de vuelta al pueblo de Byron, me compré por 19.90 dólares australianos, un par nuevo. Son negras, de otra marca pero de una calidad aparentemente similar a la de sus antecesoras. A las inservibles las tiré a la basura ni bien salí del local, ya parado sobre las nuevas. Qué lindo es salir de los locales usando ya lo recién comprado.

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