domingo, octubre 14, 2007

Primera escena


Esa noche llegó muy cansado. Había manejado cerca de diez horas. Hacía varios días que no entraba a su casa. Después de ponerse ropa más cómoda y antes de desarmar su bolso, fue a regar las plantas del balcón, que habían sido sin dudas quienes más existencialmente lo habían extrañado durante su ausencia. Después cerró una ventana que había dejado abierta por descuido al irse, y levantó algunas cosas que habían caído evidentemente por la entrada del viento. También habían entrado unas cuantas hojas secas. Secas y voladoras. Notó que eran del roble que estaba justo ahí, como asomado a su balcón. Agarró una y la miró detenidamente. Las curvas peligrosas de una hoja de roble, pensó, y anotó la frase en la libretita que estaba al lado del teléfono.
La casa no estaba vacía. Ella había entrado una hora antes que él. Estaba recostada en el sillón grande y cómodo, y respiraba cautelosamente para no delatarse. Él se sentó al piano, a unos pocos metros, dándole la espalda, y empezó a tocar.
Varias veces interrumpió la ejecución en la misma parte de la obra y volvió a empezar. A ella le pareció gracioso, pero en realidad no entendía bien si las interrupciones se debían a algún error que a ella le resultaba imperceptible, o a que él no recordaba como seguía.
Al cabo de veinte minutos dejó de tocar y se levantó. Ella estaba mirando un cuadro que colgaba de la pared que estaba tras el sofá. Se había sumergido en los colores. Predominaba un naranja muy vivo que la hacía sentir alegre y hermosa. Cuando volvió en sí, porque se calló el piano y escuchó la silla empujada hacia atrás, recordó que se lo había regalado una ex novia. Los colores casi la ahogaron y ya no le cayó tan simpático. Miró al techo y se amontonó los labios usando tres dedos. Los soltó y recobraron su forma. Al instante siguiente volvió la vista al cuadro, pensó que era hermoso, y olvidó el asunto.
Él caminó hacia la biblioteca. Miró los lomos de todo un estante siguiendo la línea con la cabeza de costado y sin mover los pies. Tomó uno de los libros. Lo abrió y sacó unas hojas que estaban sueltas. Eran partituras. Volvió caminando al piano y cuando iba a sentarse ella dijo Hola, porque no quería seguir esperando y se dio cuenta de que iba a volver a tocar.
Él giró rápido la cabeza para verla. Se asustó, pero no mucho. La miró con los ojos bien abiertos. Ella sonreía. Él sonrió y contestó, Hola.
La invitó a cenar afuera, pero al final los dos quisieron quedarse en la casa y pedir algo por teléfono. ¿Pizza? No, comí anoche. ¿Comida china?, Dale.

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